Celebrando a Hayao Miyazaki
- Por James
- 15 ene 2018
- 4 Min. de lectura

Cuando eres niño, tu opinión no tiene mucho peso en la toma de decisiones de la familia, tu voz pasa a ser un poco de estática en los temas importantes, y cuando al fin consiguen ponerse de acuerdo no hay mucho que puedas hacer; te sientes débil, consentido y chillón, y además un tonto.
A los once años me enfrentaba por primera vez a la incertidumbre del futuro y tenía miedo, había frente a mí un nuevo mundo sólo esperando por mi primer paso. Pero era un niño, no me gustaba darle muchas vueltas a lo que me asustaba, lo dejaba ahí susurrando en el fondo de mi mente mientras veía la televisión y de pronto, un anuncio.

La describían como ganadora de múltiples premios, aclamada en todo el mundo, y aunque al ver la animación quedé fascinado el momento en que realmente empecé a desear verla fue cuando la voz dijo “En mundos visibles e invisibles, donde el espíritu es transformado…” ¡Woow! ¿De qué iba eso? y para terminar de convencerme, el susurro en mi cabeza me dijo “Escucha: El futuro de una niña depende de su inteligencia, su valor, su lealtad…Esto es para nosotros, amigo.”
Me enamoré de El viaje de Chihiro desde el tráiler, no puedo ni hacer un estimado de cuántas veces la vi ese año; aún usaba el VHS, devolver la cinta al inicio era un fastidio y aún así, la veía repetidamente a lo largo del día (Si, mi padre se arrepintió de haberla comprado).
No era sólo la animación y la música, que son una joya, era la historia; la evolución de Chihiro a lo largo de la película, de cómo encontró valor en un mundo surreal, valor que yo necesitaba en el mundo real. No te voy a mentir diciendo que maduré gracias a esta película, ni siquiera sé si tuve valor o simple capricho, pero soy sincero al decir que esta película marcó una etapa decisiva en mi vida.
Así conocí el increíble universo de Hayao Miyazaki.
Después de Chihiro siguieron más éxitos de Ghibli, “El Castillo Vagabundo” “Mi Vecino Totoro” y “La princesa Mononoke” por mencionar mis favoritos. Pero probablemente te estés cuestionando el por qué tan nostálgico recorrido sobre los inicios de mi fascinación por las películas de Miyazaki, y el motivo es que el pasado 05 de Enero fue el cumpleaños número 77 del famoso director, y no se me ocurre otra forma de celebrar su cumpleaños que mostrando mi amor y agradecimiento por su creación.
No hay manera de resumir la increíble trayectoria de tan magnífico ilustrador, por lo que no voy a profundizar en todo su camino; y en cuanto a su técnica sólo puedo decir que cada filme es creado para generar emociones, no para romper récords de taquillas, pues en palabras de Miyazaki “El éxito no es lo importante, lo que importa es que hagas lo que quieres, y lo que queremos es hacer buenas películas”.
Durante su infancia, hubo acontecimientos que marcaron su vida: El trabajo de su padre como fabricante de timones para aviones durante la segunda guerra mundial, la fortaleza de su madre, y la guerra misma. En varias de sus películas dichos sucesos se hacen presente, desde la filosofía pacifista, artefactos similares a aviones, así como personajes femeninos enérgicos y valientes, una característica no muy común en la cultura japonesa.
Miyazaki no escribe guiones, dibuja storyboards en su lugar y la producción empieza un año antes de acabarlos, así que nadie sabe como terminará la película, ni siquiera él mismo sabe qué tipo de película terminará siendo. “Jamás podremos entenderlo, ¿Qué sabe uno acerca de este mundo?”.
Cada película de Miyazaki es una maravilla visual, los artistas que trabajan en el desarrollo de la animación cuidan todos los detalles: desde el uso de sombras y luces, que ningún paisaje sea completamente plano, le dedican horas a perfeccionar la escena, y eso incluye nunca repetir una misma expresión en los personajes logrando imitar de forma natural nuestros movimientos.
Y si hablamos de expresiones, no podemos olvidar el clima con el que ambientan para acompañar los sentimientos de los protagonistas, donde hasta el viento es parte de la historia.
Una de la peculiaridades del mundo de Miyazaki es que no necesitamos detalles sobre los misterios que rodean la historia, lo que importa son los personajes. Tal vez al inicio tenían un propósito único que durante el desarrollo de la trama va cambiando, justo como nosotros. Nunca vemos una sola línea en el destino, hay cruces, atajos y nuevos caminos; al final los personajes no son los mismos y no precisamente por una epifanía drástica sobre si mismo.
Otra característica destacable es la facilidad para generar emociones, nos provocan empatía, felicidad, tristeza o miedo, durante la película vemos destellos de nuestra propia personalidad consiguiendo una conexión con los personajes.
Lewis Bond, en su documental “La esencia de la humanidad” hace mención a como muchas de las escenas primordiales se basan en el silencio, pues en ese momento sabemos lo que el protagonista puede estar sintiendo, no hace falta diálogos, y no podría estar más de acuerdo; pero, si algo mejora estas escenas son las magníficas piezas de Joe Hisashi. El soundtrack de cada película de Miyazaki es perfecto, no podría imaginarlo de otra forma.
Mi parte favorita de “El viaje de Chihiro” es un ejemplo de esto. El recorrido en el tren de un sólo destino, las figuras extrañas desapareciendo por la ventana y Chihiro observándolo todo. Han pasado más de 10 años desde que vi esta escena por primera vez, sin embargo, cuando tengo que reflexionar sobre lo que viene, cuando busco el valor de afrontarlo vuelve a mi cabeza ese momento, con la sexta estación como música de fondo.
Tal vez nunca tenga la oportunidad de agradecer a Hayao Miyazaki como su trabajo impacto en mi vida, como su creatividad me sirve de inspiración, pero aún así siento su energía cerca de la mía, así como la de todos aquellos a los que ha tocado su magia.

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